El
sábado 14 de junio el grupo de Jóvenes Juan Pablo II de la parroquia
San Martín de Porres visitó el Hogar de Ancianos San Luis en horas de la
tarde.
Como es costumbre, se hizo una celebración de la palabra, y
reflexionando acerca de lo que la Iglesia vive litúrgicamente, el fin
de semana fue la festividad de la Santísima Trinidad. Se sumó a esto
además la celebración del Día del Padre.
Los chicos sirvieron la merienda y compartieron con los abuelos,
galletitas, caramelos y tortas. Mientras tanto el coro de los jóvenes
entonó algunas canciones. Se recorrieron todas las salas y se rezó en
cada una de ellas.
Se sumó luego más música con la presencia de artistas locales, eventos
que Jorge Mario Blanco prepara para los abuelos cada quince días.
Agradecemos a las personas encargadas del Hogar por su disponibilidad, para que los chicos puedan cumplir su misión.
EL SENTIDO Y VALOR DE LA VEJEZ
La experiencia que los ancianos pueden aportar al proceso de
humanización de nuestra sociedad y de nuestra cultura es más preciosa
que nunca, y les ha de ser solicitada, valorizando aquellos que
podríamos definir los carismas propios de la vejez:
–La gratuidad. La cultura dominante calcula el valor de nuestras
acciones según los parámetros de una eficiencia que ignora la dimensión
de la gratuidad. El anciano, que vive el tiempo de la disponibilidad,
puede hacer caer en la cuenta a una sociedad «demasiado ocupada» la
necesidad de romper con una indiferencia que disminuye, desalienta y
detiene los impulsos altruistas.
–La memoria. Las generaciones más jóvenes van perdiendo el sentido de
la historia y, con este, la propia identidad. Una sociedad que minimiza
el sentido de la historia elude la tarea de la formación de los jóvenes.
Una sociedad que ignora el pasado corre el riesgo de repetir más
fácilmente sus errores. La caída del sentido histórico puede imputarse
también a un sistema de vida que ha alejado y aislado a los ancianos,
poniendo obstáculos al diálogo entre las generaciones.
–La experiencia. Vivimos, hoy, en un mundo en el que las respuestas de
la ciencia y de la técnica parecen haber reemplazado la utilidad de la
experiencia de vida acumulada por los ancianos a lo largo de toda la
existencia. Esa especie de barrera cultural no debe desanimar a las
personas de la tercera y de la cuarta edad, porque ellas tienen muchas
cosas que decir a las nuevas generaciones y muchas cosas que compartir
con ellas.
–La interdependencia. Nadie puede vivir solo; sin embargo, el
individualismo y el protagonismo divagantes ocultan esta verdad. Los
ancianos, en su búsqueda de compañía, protestan contra una sociedad en
la que los más débiles se dejan con frecuencia abandonados a sí mismos,
llamando así la atención acerca de la naturaleza social del hombre y la
necesidad de restablecer la red de relaciones interpersonales y
sociales.
–Una visión más completa de la vida. Nuestra vida está dominada por los
afanes, la agitación y, no raramente, por las neurosis; es una vida
desordenada, que olvida los interrogantes fundamentales sobre la
vocación, la dignidad y el destino del hombre. La tercera edad es,
además, la edad de la sencillez, de la contemplación. Los valores
afectivos, morales y religiosos que viven los ancianos constituyen un
recurso indispensable para el equilibrio de las sociedades, de las
familias, de las personas. Las sociedades humanas serán mejores si saben
aprovechar los carismas de la vejez.
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