Contradictoria, tierna y feroz a la vez, bellísima,
con una ambición infinita y resignada a no ser nunca “señora de”, la
irlandesa Elisa Lynch encontró su destino en el Paraguay junto a Pancho
Solano López, el hombre que le puso al pecho al Brasil, la Argentina y
el Uruguay en la sangrienta Guerra de la Triple Alianza. La nueva novela
de Alicia Dujovne Ortiz, La Madama, pinta las grandezas y las miserias
humanas sin medias tintas y echa luz sobre la vida de una mujer que aún
hoy es alternativamente amada y odiada en el país del aroma a naranjas.
“Puede que la amargura de haber nacido
mujer me impida tener hijas. Sólo varones. Siete años seguidos me lo paso
pariendo: Enrique Venancio Víctor, Federico Lloyd, Carlos Honorio, Leopoldo y
Miguel Marcial. Reconocidos. Con apellido de padre y madre. Y todos bendecidos
por la Iglesia... No hay humillación que me detenga, no puedo retroceder, atrás
no hay nada, y hasta a veces me parece que los trompazos me ponen más
avispada”, dice Elisa Alicia Lynch, “La Madama”, protagonista del último libro
de la escritora Alicia Dujovne Ortiz, cuando muere su pequeña y única hija
mujer, Corinne.
Su primer hijo, Francisco “Panchito”
Lynch, nacido en Buenos Aires y fruto de su unión jamás oficializada con el
general paraguayo Francisco “Pancho” Solano López, no llevó el apellido de su padre;
sus seis hermanos sí.
Lynch, nacida en 1834 en Cork, Irlanda,
hija de una familia rica, había recibido una excelente educación, pero tras la
muerte de su padre la pobreza castigó el hogar. A los 15 años fue prácticamente
entregada en casamiento a un cirujano, militar, francés y cuarentón, Xavier de
Quatrefages, que mediante un ardid hizo que la boda sólo tuviera validez en
Inglaterra.
Elisa era de una belleza deslumbrante,
ojos de un azul exótico, pelo rojo como el sol poniente, romántica y desprejuiciada
para su época, amaba cabalgar montando a horcajadas, tocar el piano, hablar
francés, cantar y leer a Musset, Georges Sand y Madame de Stäel. Ingenua e
ilusionada con su matrimonio, su primera decepción fue en la noche de bodas. Su
marido a medias era un perverso que sólo deseaba destruir su inocencia y que
más tarde terminó entregándola a sus superiores militares en Argelia. Ella lo
abandonó luego de mantener su primera relación erótica placentera con un noble
ruso. Antes le exigió que le comprara un vestido de moaré blanco de talle
ceñidísimo y pollera con miriñaque, a la usanza de la emperatriz Eugenia de
Montijo, que imponía moda en toda Europa. Ese, dice la autora, fue el precio
que le impuso a Quatrefages “para ahuecar el ala”.
“Y sí, creo que yo le debía a Elisa un
buen momento de placer con el conde Mijail Medem, porque después tampoco tendrá
mucho de eso con Pancho Solano, a quien conoce en 1855 en un baile en las
Tullerías, en la París del Segundo Imperio; él era hijo del dictador paraguayo
Carlos Solano López. Queda inmediatamente prendado de la enorme belleza de
ella, que daba sus primeros pasos como cortesana... ¿Qué otra cosa que
prostituta podía ser una mujer hermosa, culta y pobre en aquellos tiempos?
¿Institutriz? No, ella no estaba dispuesta a eso...”, afirma categórica Dujovne
Ortiz.
Elisa queda embarazada y viaja a Buenos
Aires a tener a su hijo; entretanto Solano, el padre del niño, que será su
pareja hasta el fin de sus días, la espera en Paraguay, donde prepara una casa
para ella. A su arribo a ese país caliente, de colores fulgurantes y perfumes
que embriagan, empieza a ser llamada “La Madama” por las mujeres del pueblo, y
“la hembra” o “la prostituta” por las señoras “como se debe” de la sociedad de
la época, quienes también nombrarán como “el bastardo” a su hijo Panchito.
Contradicción absoluta
Alicia Dujovne Ortiz, “feminista desde la
cuna”, es autora de varias biografías noveladas de mujeres, entre ellas Mireya,
amante de Henri de Toulouse-Lautrec y enamorada del tango; Anita cubierta de
arena, historia de amor del revolucionario nacionalista italiano José Garibaldi
y Anita Ribeiro, su mujer guerrillera; Eva Perón. La biografía, controvertida
obra que vendió miles de ejemplares. Su prosa exuberante y calidoscópica pinta
de cuerpo entero a mujeres que buscan romper los moldes y se rebelan contra los
destinos establecidos.
“Me pasó que yo partía de una idealización
de izquierda en la que se considera que Elisa fue una guerrillera valiente
contra la Triple Alianza, cosa que es relativamente cierta –comenta la
escritora–; tenía el recuerdo de lo que me decía mi mamá cuando nombraba a la
‘Madama Lynch’ canturreando su nombre y con las mejillas sonrosadas, y de un
encuentro que tuve en París con Augusto Roa Bastos, que hablaba de ella con emoción,
conmovido. Además, ella era la concubina de Solano, y yo no les tengo mucha
simpatía a las esposas en general, nunca lo he sido, y esa parte me hizo
simpatizar con ella.”
Dujovne Ortiz arma sus novelas in situ; en
este caso viajó a Paraguay, entrevistó a historiadores y recorrió los lugares
en los que transcurrió la vida de Elisa y Pancho, y fueron escenario de la
famosa y discutible Guerra de la Triple Alianza, emprendida por Brasil,
Argentina y Uruguay contra Paraguay.
“Me encontré con gente que hablaba de otra
realidad, fue cuando me di cuenta de que estaba en el atolladero de ubicarme
entre lopistas y antilopistas y que en Paraguay, igual que en la Argentina, no
hay franjas intermedias, es todo blanco o negro..., cosa que me irrita mucho.
Para colmo, el dictador Stroessner ensalzaba a Solano y a Elisa... Pero me
encontré yo en esta franja intermedia, con esta dama a la que alternativamente
querés y odiás. Y no es que la haya querido, pero como mujer la entiendo, y sí,
me encontré en la contradicción absoluta... Ya me había pasado con mi biografía
de Eva Perón, pero nunca tan tajante. Por un lado, una mujer con la que una
puede simpatizar porque era fina, elegante, culta, rebelde, y porque era
víctima de una sociedad machista y catolicona. Pero por otro lado, a lo que
pudo llegar por codicia... la avidez de joyas, de riqueza, de poder, de
convertirse en una especie de pulpo que se adueñó del país a cualquier precio”,
afirma.
“Y eso lo ves en las fotos del libro: en
su adolescencia es una joven soñadora con florcitas en el pelo, y luego la foto
en la que es una especie de ogresa, no es que haya engordado, pero es como una
matrona, alguien que se dedica a amarrocar, a almacenar. No la veo como una
mujer sensual sino como una mujer que trabaja con su belleza, no es una
gozadora, y no creo que haya tenido una relación de gran sensualidad con este
petiso de piernas arqueadas, Francisco Solano López. Me gusta la foto que
pusimos de él, un petiso fajado, con las botas por arriba de las rodillas, el
macho heroico, ¿no? Claro que una dice esto en Paraguay y te matan. Y mi
relación con ella fue por un lado verla como víctima de una sociedad machista,
y por otro el asco que me produce la codicia, porque una puede entender un
montón de pasiones, la pasión del poder no la entiendo con Eva me costó, pero
mucho menos entiendo la pasión de la codicia. Sé profundamente que la Madama
Lynch chupaba sus joyas, toda su sensualidad estaba puesta ahí y en el dinero y
los objetos. El corset formaba parte de su identidad y, yo imagino, estamos
hablando de una novela, que era una forma de no desparramarse, las mujeres
paraguayas no se fajaban así, ella no tenía hamaca, ni andaba en patas, usaba
corset y miriñaque, a la europea. Quise mostrar el proceso de adaptación de
esta irlandesa a un país que la detesta, a través de una elegancia y un
refinamiento que ella les refregaba en la cara a las señoronas que hacían nada
más que sopa paraguaya y que andaban en patas, aun las de clase alta”, subraya
la escritora.
Con los años y los hijos, la relación con
Pancho se afianza; lejos de la ciudad de Asunción él se muestra en público con
Elisa, juntos asisten a los bailes populares, ahí él se distiende y ella
introduce música y modas que acrecientan el amor de las mujeres del pueblo.
Elisa es muy querida por las “kiwá verá” o “peinetas de oro”, mujeres
emprendedoras, jefas de hogar de la época, grandes comerciantes que tenían
fábricas de ladrillos, de dulces, de aguardiente y hacían trabajar a los
hombres. Cuantas más peinetas de oro tenían, significaba que más hombres las
habían deseado y amado; su valor erótico era evaluado por esos adornos de oro
puro que se prendían en el pelo.
Las gasas de
“La Mariscala”
El conflicto que enfrentó al Paraguay con
la Triple Alianza, integrada por Argentina, Brasil y Uruguay, comenzó en 1863,
cuando el Uruguay fue invadido por liberales uruguayos que derrocaron al
gobierno blanco, único aliado del Paraguay. La invasión había sido preparada en
Buenos Aires con anuencia del presidente Bartolomé Mitre y el apoyo brasileño.
Solano López intervino en defensa del gobierno derrocado y le declaró la guerra
al Brasil. El gobierno de Mitre se decía neutral, pero no permitió el paso por
Corrientes de las tropas de Solano López, que entonces le declaró la guerra
también a la Argentina.
“Al día siguiente, Pancho va al Congreso,
se hace nombrar mariscal y jura no abandonar en carne propia el territorio
paraguayo si las batallas tienen lugar allende las fronteras. La contienda se
desarrollará bajo su mando, pero sin él. El mariscal López no expondrá su vida
al frente del ejército...”, explica Dujovne Ortiz en tono irónico.
“Y sí –asiente la autora–, sobre Pancho
hay alguna duda, algún antilopista me ha mencionado que él no tenía coraje
personal, tenía el coraje y la inconsciencia de declarar la guerra, pero que él
no se exponía mucho a las balas... Y Elisa esto lo ve claramente cuando se
inicia la guerra.”
Pero en la noche de esa jornada en la que
Solano López se declara mariscal, una multitud se agolpa ante la mansión de
Elisa, mientras “estallan los fuegos de artificio y pasan las carrozas floridas
colmadas de galoperas y de niñas decentes, todas con jazmines en el pelo y
agitando pañuelos como para ir de fiesta, y de pronto una mujer grita: ‘¡La
Mariscala...!’. Es un halago, se necesitaba una guerra para eso, la pelea
contra la Argentina, el Brasil y el Uruguay me da lo que la paz me negó”,
reflexiona ella sacudiendo sus bucles y acomodando su inmensa pollera con
miriñaque para salir a saludar al pueblo.
Antes de hacer su aparición junta en una
canasta trozos de tela blanca, se asoma al balcón y grita: “¡Viva el Paraguay!,
¡Viva el Mariscal López, viva mi Señor! A partir de ahora soy ciudadana
paraguaya. Con estas vendas y algodones juro curar a los heridos en el campo de
honor”. Y la multitud delira y la ovaciona.
Música en el infierno
“Ella fue muy valiente –destaca Dujovne
Ortiz–; hay un punto de inflexión en este personaje contradictorio, cuando la
guerra está perdida y Pancho le pide que se vuelva a Europa con los chicos y
las riquezas, ella le dice que no. ¿Por qué se queda? La palabra amor quiere
decir tantas cosas... creo que ahí se puede hablar de amor, y de fidelidad a sí
misma: ella había asumido ese destino y se quedó hasta el final sin saber si
por ser ciudadana británica se iba a salvar.”
Elisa carga carretas con objetos
“imprescindibles”, un piano, baúles con cientos de vestidos, libros, adornos
con los que decora cada tienda de campaña.
“Es impresionante, actúa como si no pasara
nada, los chicos están como de paseo y tocan el piano; alrededor hay un mar de
cadáveres putrefactos en el barro... Pero todo transcurre desde un lugar
risueño, cadáveres que sonríen con la mueca de la muerte, los paraguayos son
muy extraños, iban a la muerte riendo, gozaban con el peligro. Y Francisco
Solano López era igual, como ella dice, tenían ‘la teja descolocada’... Era un
pueblo de hombres niños, de un heroísmo a toda prueba, con soldados de 12 años
con la misma locura de los grandes. Y una piensa: ¿es patriotismo, es fidelidad
al jefe, es terror a los brasileños? Es todo eso junto y una fidelidad a sí
mismos, que es lo que ella tiene y hay algo que se llama coraje, y la Madama lo
tenía”, dice la autora.
Finalmente acorralados, se refugian en
Cerro Corá; los indios le ofrecen a Solano López ocultarlo, pero él se niega, y
cuando llegan los brasileños le dicen que se rinda y él no quiere, se hace
matar: “Y eso es un acto de coraje, y luego su hijo, Panchito, contesta igual,
Elisa le grita que se rinda, y él, un chico de 16 años, le contesta: ‘Un
coronel paraguayo nunca se rinde’, y muere como el padre –relata Dujovne–. Ella
se salvó por un milímetro. Cuando al final están el marido y el hijo mayor
muertos y los brasileños vienen a violarla, grita: ‘¡Soy ciudadana británica,
no me toquen!’. Y empieza a distribuir patadas y tiene una autoridad natural
tal que no la violan y sale adelante. Eso es un gesto que me gusta. Desde el
principio es así, orgullosa, desafía cuando se encuentra con la historia de que
no es ni casada ni soltera y se va a París, sí, a ser cortesana de lujo, qué
otra cosa podía ser con esa cara divina, ese físico y su ambición”.
En 1878, en París, en la rue de Clichy,
Elisa de mediana edad y aún majestuosa con algunas canas y un traje lujoso
aunque algo fuera de moda, relata su historia ante el dueño de casa, Victor
Hugo, y Franz Listz y sus mujeres, Juliette Drouet y Judith Gautier, y
concluye: “No tengo nada más que contarles, mi vida terminó ese 1º de marzo de
1870; lo demás es sólo una lucha para que el gobierno paraguayo me restituya
mis bienes que me han confiscado”.
“Ellos bajan sus ojos, evitando mirarla.
Para explicarse a sí mismos la repugnancia que sienten por Elisa, alegan su
codicia. La explicación es justa pero incompleta, y lo saben. Por un lado está
su avidez; por otro, su dolor. Llaga viva”, concluye la escritora.
Elisa Alicia Lynch, “La Madama”, “La
Mariscala”, muere sola en París en 1886, con el fantasma de Pancho, sin
recuperar “sus bienes” y rodeada de recuerdos y viejos trajes de miriñaque y
corset; alejada de sus hijos, apenas conoció a sus nietos.
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