Francisco y la teoría del derrame
Novak recuerda la legalidad, la tutela de los derechos naturales, la solidaridad con los más necesitados y un interés eficaz para mejorar su suerte, y apela al papel de la caridad en el pensamiento social católico. Desliza, además, que el "comentario" de Francisco -así lo llama- se comprende en el caso de la Argentina y en otros sistemas estáticos, privados de todo mecanismo de movilidad social, pero no corresponde a la verdad en lugares como los Estados Unidos, donde generaciones enteras demuestran la eficacia de la movilidad social. Según Novak el progreso económico ha arrancado de la pobreza al 85% de la gran familia humana. Esta opinión no explica el gravísimo problema de la creciente desigualdad que se verifica en las diversas sociedades nacionales, especialmente en los países desarrollados, y a nivel del mundo entero: en grandes países emergentes tanto como en aquellos pueblos desde siempre fuertemente desiguales. Más aún, hay que pensar que una distribución desigual del rédito y de la riqueza entre las clases sociales amenaza el crecimiento económico, la paz social y la estabilidad política de los países donde no se pueden superar aquellas deficiencias, que finalmente quebrantan el principio de la equidad en las relaciones sociales y dañan la convivencia ciudadana, la colaboración recíproca y la solidaridad.
El Papa tiene razón, y describe acertadamente el panorama de una organización económica globalizada en la que se difunde un ideal egoísta, una cultura del bienestar que provoca indiferencia respecto de los que no pueden entrar en el juego de la competitividad, donde se impone la ley del más fuerte. "No podemos olvidar -dice¬- que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas" (n. 52). La desaprobación pontificia de una economía de la exclusión y la inequidad ("esa economía mata"), descubre una causa principal de la situación dscripta en la idolatría o el fetichismo del dinero, vigente en ideologías que "defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera" (n. 56). Francisco se ubica, en el punto preciso acerca del libre mercado, en perfecta continuidad con la doctrina social de la Iglesia, que pone en evidencia la necesidad de fijarle claramente finalidades éticas que aseguren y a la vez circunscriban adecuadamente el espacio de su autonomía.
Este juicio coincide con el de numerosos analistas que advierten sobre la malicia de una hipertrofia de las finanzas en el conjunto de la actividad económica; Keynes se refirió ya al fetiche de la liquidez como una enfermedad de la economía de mercado.
El dinero no se orienta a la creación de riqueza real sino que, transformando su verdadera naturaleza, se convierte en reserva de valor. De ese modo los medios financieros obstruyen, atascan el crecimiento que debería ser no sólo económico sino también social y cultural. Tendría que ser auténtico desarrollo integral. Francisco denuncia una versión nueva y despiadada del fetichismo del dinero y "la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano" (n. 55). La consecuencia es el pavoroso desequilibrio entre las ganancias de unos pocos, riqueza que se multiplica exponencialmente, y el irremediable alejamiento del bienestar que padecen las mayorías, contando además con el progresivo empobrecimiento de las clases medias. Otros factores de reconocido influjo causal son -según el Papa- la deuda contraída por muchos países, sobre la que gravan pesados intereses, la corrupción propagada como entresijo en los Estados, la evasión fiscal egoísta y la negación de la debida intervención del Estado en su función de velar por el bien común. Podríamos añadir, a propósito de este último factor mencionado, la torpeza o los abusos en su ejecución, cuando interviene.
El diagnóstico de la crisis actual, globalizada, manifiesta que el fondo del problema es la cuestión antropológica: qué es el hombre, cuál es su verdadero bien y cuál es su destino. Un asunto central en el luminoso magisterio de Benedicto XVI al cual apunta certeramente su sucesor. Francisco nos recuerda, desde el inicio de su pontificado, que la confesión de la fe cristiana manifiesta la verdad sobre el hombre, y que su experiencia en la vida implica un fuerte compromiso social. Éste es un elemento decisivo del perfil evangelizador y del dinamismo de "salida" que el Santo Padre desea impulsar en la Iglesia. Es, asimismo, un servicio a la humanidad.
(*) Arzobispo de La Plata, Miembro correspondiente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
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