Página 12
LA LEYENDA DE LA INDOMABLE
Así llegamos a La fiera. Protagonizada por Iride Mockert, la obra conjuga una serie de elementos radicalmente diversos. Hay comic, comedia musical, género chico criollo, leyendas tucumanas y cine de súper acción. Hay incluso un coqueteo referencial hacia la película de culto La mujer pantera (Jacques Tourneur, 1941). El explica: “Vi la película de Tourneur, también la de Schrader con Nastassja Kinski, y asumo las referencias del comic, o del cine de Tarantino, pero en rigor, la leyenda del hombre-tigre fue la primera influencia. Iride y yo queríamos trabajar juntos, y ella me dijo que se imaginaba haciendo de mujer-pantera. Yo comencé a investigar leyendas que remitieran a algo similar, y encontré la del tigre. Me interesó escribir una heroína así y el concepto de ‘género’, tanto el femenino de la heroína como el género ficcional del comic o las historias de heroínas. Todo eso me llevó directamente a un tema que también me interesa mucho, el de la violencia de género”.
Director, pero también dramaturgo, Tenconi Blanco ha realizado en esta pieza un trabajo con el lenguaje de una clara impronta poética. Hay una lúdica reconstrucción del habla del Norte argentino, que aparece tanto en los extensos monólogos de la protagonista como en las canciones, donde esta mujer-tigre grita a los cuatro vientos sus penas. “No tengo una relación previa con esa región que recreamos. Investigué sobre las particularidades lingüísticas de Tucumán y comencé a construir una lengua propia de La fiera, en base a esta investigación y también a poetas que me gustan mucho y que atraviesan la escritura, como Zelarayán o Mariano Blatt.”
No es casual la mención a la poesía a través de dos escritores que en distintas épocas recrearon y recrean una determinada oralidad de un modo muy cuidado, muy musical. Tenconi Blanco también realiza un trabajo detallado en la sonoridad –hablada y cantada– de la obra.
Y por supuesto hay que mencionar el trabajo propiamente musical, que es lo que termina de constituir la partitura total del trabajo. Texto y música se complementan, realzan, sopesan. Es en esos momentos justamente, cuando la obra se abre hacia el bello terreno de lo impredecible: desde un rap o un hip hop, hasta zambas, chacareras o el mismísimo “Bombón asesino” son versionados en vivo por los músicos Ian Shifres y Sonia Alvarez, y cantados por Mockert. Ella –la actriz-tigre– encarna una extenuante tarea con una fortaleza y una ductilidad asombrosas: es tierna, cruel, maternal, cómica o peligrosa, según el caso. Disfruta de matar y narrar ese deceso sanguinolento, con una fruición digna de Uma Thurman en Kill Bill. Se mueve con soltura, salta, trepa o simplemente mira con ojos fieros a la platea.
La obra en su totalidad podría pensarse como una respuesta anómala y personal a la pregunta sobre cómo dejar hablar un problema de la llamada realidad en el teatro. Sin adoctrinar, sin ser del todo correcto, yéndose por las ramas, pero sin dejar de lado ni un segundo una búsqueda estética que no parece querer quedarse del lado del “decir cosas”, La fiera es una obra conmovedora y política. Y es también una apuesta bastante solitaria en el teatro joven local. Como afirma el director: “Yo no me siento a escribir una obra si no hay una cuestión política que me atraviese. Considero también que las decisiones estéticas son políticas, y que lo solemne o la denuncia remiten a una forma de entender la política y que la estética que nosotros elegimos remite a otra forma de entender la política. Considero que las nuevas generaciones de artistas tenemos que plantearnos la idea de cómo crear valores nuevos y me interesa un teatro que se plantee de qué modo podemos modificar la forma en que nos relacionamos, pensamos y amamos. Yo creo en el teatro como forma de hacer política y creo que el arte puede modificar la realidad.” ¿De qué forma lo hace La fiera? Por ejemplo a través de sus canciones. “Soy un tigre cumbiero del amor”, entona la tigresa con un ritmo pegadizo y que invita a bailar ahí mismo. Ese permiso, ese abordaje de cuestiones dolorosas, ese modo de exorcismo bello y perturbador, es la apuesta más grande de la obra.
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