Enlace
y reseña de la nota publicada en Clarín
El 40% lo hace según su propio criterio. Los riesgos de
los “remedios mágicos” y las redes de contención.
Mal de época. El uso de
psicofármacos sin indicación médica en personas mentalmente sanas se está
convirtiendo en una peligrosa costumbre social.
Más de tres millones de
argentinos consumen ansiolíticos. Es una práctica que, con o sin recomendación
médica, creció más de un 40% en los últimos diez años.
El uso del medicamento se fue
banalizando. Se utiliza “en defensa propia”, como un refugio frente a las
amenazas de la vida cotidiana.
Socialmente las pastillas
fueron aceptadas.
Cualquier persona admite que
las toma para poder dormir, buscar un poco de calma, para superar el estrés de
un divorcio, por la presión que le generan sus hijos, la autoexigencia
personal o la incertidumbre laboral. Para “bancar” la depresión o bajar la
ansiedad. Para no estar triste. Motivos hay miles. Cada uno va respondiendo a
los peligros emocionales de cada día con su propia droga.
“En general, el psicofármaco
autoadministrado funciona como un remedio casi mágico y no es reconocido como
parte de un tratamiento. Hay personas que lo tienen tan incorporado en su
rutina que lo toman según sus propios criterios. Se ve continuamente en la
práctica psicoterapéutica. Lo ven tan natural que a veces ni lo mencionan”,
indica la psicóloga Adriana Quattrone.
Por lo general, el medicamento
que fue recetado alguna vez por un tiempo breve, queda bajo gobierno del
paciente, que vuelve a recurrir a la caja de pastillas para intentar
restablecer el equilibrio emocional, aunque fuese en forma momentánea. Es un
hábito, un antídoto contra la ansiedad.
“La sociedad acumula tensión a
diario, casi como forma de vida, y a la vez desarrolla pocas formas de
descarga. Entonces el ansiolítico, que es relativamente económico y
aparentemente inocuo, funciona como un producto efectivo. Las personas se
confían y buscan sus beneficios en pocos minutos. El problema es que su uso se
desvía del marco de un tratamiento y se utilizan cuando no son necesarios”,
considera la psiquiatra Verónica Mora Dubuc.
En la Argentina, el consumo de
ansiolíticos creció el 5% en 2013. Entre los más vendidos, con receta
archivada, figuran Alplax, Clonagil, Rivotril, Tranquinal
y Neuryl. También existe un “mercado negro” que funciona sin receta en
hospitales o por contrabando.
La epidemia silenciosa de
pastillas para “combatir la ansiedad y el estrés” se advierte en la
facturación: los medicamentos del sistema nervioso superan a los del aparato
digestivo o los de las enfermedades cardiovasculares.
Según la última encuesta del Observatorio
Nacional de Drogas más de 3 millones de personas consumen ansiolíticos. Un aumento
del 40% en los últimos diez años.
Después están los riesgos: un
informe del Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos calculó que el
mal uso o abuso de medicamentos provoca 100 mil internaciones y
alrededor de 22 mil muertes por año, en especial en mayores de 65 años. Además,
el informe estima que el 40% de la población usa sedantes y estimulantes sin
prescripción médica.
En entrevista con Clarín,
el psiquiatra (UBA) Harry Campos Cervera, afirma que “desde la psiquiatría
más clásica” hay una tendencia a no recetar ansiolíticos. “Se recomienda usarlo
bajo cuidado, durante no más de treinta días, porque todos los que se conocen
son adictivos. Producen fenómenos de tolerancia, pero luego se requiere más
dosis para los mismos efectos. Provocan un efecto rebote”, dice Campos
Cervera.
El director de Salud Mental
de la Provincia de Buenos Aires, doctor Aníbal Areco, cree que la
autoprescripción se genera porque los ansiolíticos llegan a percibirse “como
inofensivos”, y atribuye parte de la responsabilidad al “marketing de la
industria farmacéutica”, que influye sobre su uso. “Se genera una brecha
importante entre los recursos psíquicos y la capacidad individual de respuesta
a la exigencia de la sociedad, y esa brecha muchas veces se cubre con una
tendencia a encontrar soluciones inmediatas en un plazo breve”, agrega Areco.
La ansiedad es el mal de época.
Poca gente se permite tiempo
para vivenciar la tristeza, en parte porque la propia sociedad demanda “no
estar triste”. Hay menos tolerancia a los quiebres emocionales, más apuro por
resolver situaciones de malestar. La vida es más acelerada.
“La ansiedad es una reacción
emocional ante la percepción de una amenaza o peligro. La gente siente que
carece de recursos para enfrentarlos.
¿La ansiedad siempre es una
respuesta normal?
Cuando es desmedida o
innecesaria respecto de la situación y afecta la vida de quien la padece, se
transforma en algo patológico”, afirma Cecilia Fidanza, psicóloga.
La ansiedad también se potencia
por situaciones que afectan la vida cotidiana de la sociedad, se altera el
ánimo con situaciones inesperadas que terminan por agotar las respuestas
mentales.
Generan trastornos. Los
terapeutas también recepcionan en sus consultorios ese tipo de dinámicas.
Es la experiencia de Adriana
Quattrone: “En el último mes acompañé en psicoterapia a personas mayores
afectadas por los cortes de luz.
Vi en ellas emociones de
frustración, impotencia, sentimiento de desvalimiento y sobre todo, con mucha
necesidad de hablar, escuchar y ser respetado por los otros. El diálogo
funcionaba como un bálsamo”, indica.
Los días de vértigo y de
incertidumbre también son proclives para la generación de grupos y terapias de
autoayudas que se ofrecen como una herramienta para mitigar la ansiedad y
mejorar la autoestima (ver “ Vecinos en ...”), aunque las salidas
individuales, como la automedicación, suponen una alternativa en apariencia más
rápida y efectiva. Y también más riesgosa para la salud. “Creo que nuestra
sociedad perdió muchas formas rituales, comunitarias, de hábitos, para tramitar
esos sufrimientos y dolores”, advierte la psiquiatra Mora Dubuc.
Y así, en las horas de
insomnio, en las “horas negras”, la pastilla aparece como un peligroso acto
de salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario