Al salir de la conscripción le regalé una botella de ginebra a Francisco Piccini, mi peluquero de siempre. Busqué un envase destacado, un porrón de barro y lo encontré en Savoy, en Callao entre Rivadavia y Bartolomé Mitre. No era común un quilmeño comprando en Buenos Aires pero el hombre lo merecía. Durante el servicio militar me cortaba el pelo sin cobrarme.
Con el obsequio, me dijo que nunca nadie le había regalado nada, y más, muy pocos –de los que recibieron esta atención de su parte- siguieron recurriendo a sus servicios.
Me invitó a tomar ginebra. En esa época no se acostumbraba que los amigos visiten la casa familiar, y fuimos a un bar, el bufete de un club del barrio.
Entre copas hablamos del deber ser de un hombre. Él afirmaba que un hombre debe ser puro, no importa su cáscara, no importa la opinión ajena, el hombre debe respetar su pureza.
Para mí, el valor es la fidelidad. Fiel a mí mismo, fiel a los demás, en las condiciones que yo acepto, en las condiciones que yo fijo.
Concluimos que estábamos coincidiendo. Durante toda la vida y por última vez, al final del camino, un hombre debe responderse a sí mismo, por puro y por fiel. Dos kantianos en Quilmes, terminando la década del 60.
Francisco Piccini aparece en la entrada Fotos de radio fechada 2010.08.28
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