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Palabra más, palabra menos, todos concordamos en buscar bienestar para nuestras vidas. Aun a quienes les gusta el jaleo, a quienes buscan problemas, a quienes revuelven desconsuelos, los guía la búsqueda del bienestar que sucederá a estas tempestades.

Avanzando, en el imaginario colectivo está resuelto qué es el bienestar: bien estar es estar bien.

Deslizamiento de tales cavilaciones, el paso siguiente para estar bien, es no estar mal y para ello se huye ante contratiempos y dificultades.

Pero pendientes las necesidades, por más que se postergue, se aplace o se demore su respuesta, las urgencias volverán.

Este blog trae situaciones de la vida que reflejan cuentas saldadas, cuentas a saldar. Un paso para conseguir otro equilibrio. Ya, aquí y ahora. Otro bienestar es posible.

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lunes, 3 de marzo de 2014

Alain Resnais, 1922-2014, desde Hiroshima mon amour a Aimer, boire et chanter.

de LA NACION




Hace casi 55 años, a partir del amor imposible entre una actriz francesa y un arquitecto japonés que se encuentran en el flamante escenario de una Hiroshima reconstruida, pero marcada por las huellas del horror, el cine desarrolló una honda reflexión sobre el papel de la memoria en la vida individual y social.
El film, Hiroshima mon amour , asomó en Cannes en 1959 y enseguida se convirtió en uno de los referentes forzosos de la nouvelle vague , que estaba, por entonces, despertando elogios y polémicas. No se trataba del recuerdo como un acto de evocación, sino de una vía escarpada y dolorosa para acercarse a la propia personalidad, para comprender cómo ciertas experiencias vividas y sepultadas en el olvido determinan, impiden o modifican nuestros actos.
Con ese film comenzaba entonces a proyectarse sobre el cine francés -o mejor: sobre el cine del mundo- la sombra impar de Alain Resnais, que falleció anteayer en París a los 91 años, dos semanas después de haber sido premiado en la Berlinale por su último film, Aimer, boire et chanter.
Un artista único. Infatigable en su invención de nuevas formas, en la exploración de los secretos de la imagen, en el empeño de sorprender siempre al público: de no hacer dos films que se parecieran. O, según la fórmula de Truffaut, de hacer cada film "contra el anterior". Al cine le dedicó prácticamente toda su vida, ya que rodó a los 13 años su primera película en 8mm. Y casi hasta el final estuvo preparando la obra que seguiría a Aimer, boire, chanter, la ligera tragicomedia póstuma que se vio en el último Berlín. Iba a ser, claro, un film parecido a los anteriores, ya que un film de Resnais sólo puede parecerse a un film de Resnais, aunque sea absolutamente distinto. Afirmaba que debía filmarlo primero para saber cómo sería: "Y que el espectador tenga la impresión de que el film se inventa frente a sus ojos, y sólo para él, y que si lo viera al día siguiente sería diferente." También decía: "Hago mis películas pensando todo el tiempo en el espectador, solicitándole que se ponga a jugar conmigo. Busco intrigarlo, interesarlo para que no deje la sala. No sé si siempre lo logro, pero lo intento: es más instintivo que voluntario".
No era un desconocido cuando Hiroshima deslumbró en Cannes. De joven, tras su paso por el Idhec, este bretón de familia burguesa exhibió primero su talento en trabajos difundidos por TV y durante diez años se dedicó al corto, terreno en el que dejó títulos tan memorables como Noche y niebla (1956), que puso sobre el tapete el problema de la responsabilidad histórica ante los crímenes nazis en los campos de exterminio y expuso tan implacablemente el horror que dijeron de él, que más que un film "es una experiencia de vida".
El montaje elaborado hasta la perfección, la riqueza de las soluciones formales, la refinada composición plástica de cada imagen, se sumaron a otros rasgos del cine de Resnais -un estilo anticonvencional proclive a la alusión y a la metáfora- en su título siguiente, Hace un año en Marienbad. Con esta película se multiplicaron las controversias, al cabo de las cuales el apareció cubierto de etiquetas -cineasta de la memoria, intelectual, ilustrador de historias ajenas, genial ilusionista, maestro del estilo- que impedían apreciar claramente su estatura artística, porque sólo iluminaban un sector de su rica personalidad. Los años -y su propia obra posterior- se encargarían de poner las cosas en su sitio: Resnais era un autor, y de los grandes. Claro que volvió a internarse en los mecanismos de la memoria. Frontalmente, como en Muriel o Te amo, te amo; de un modo más indirecto, como en La guerra ha terminado o Providence. Pero no le gustaba mucho que lo confinaran en ese territorio, ni en ninguno.
Tampoco le gustaba mucho hablar de sí mismo. Atribuía al azar buena parte de la responsabilidad por lo que era y por lo que había hecho. Y el azar es un factor que siempre asoma en las historias que cuenta. Tampoco falta en ellas el peso de la apariencia y la distancia que puede haber entre ésta y lo que creemos la verdad.
Porque no solía escribir sus libros y porque recurrió a fuentes diversas -de Marguerite Duras a Jorge Semprún, de Alain Robbe-Grillet a Alan Ayckbourn y, en una época más reciente, a Agnès Jaoui y Jean Pierre Bacri- habrá quizá todavía quienes relativizan su condición autoral. La mejor respuesta son sus propios films: todos llevan una marca inconfundible. No cabía, además, esperar alegatos de Resnais; él nunca perdió de vista que el cine es un arte de encuentros. ¿Cómo ignorar la importancia de su familia artística (esa suerte de afinadísima orquesta que él conducía sin vacilación y con elegante cortesía: Sabine Azema, con quien se casó en 1998; André Dussolier, Pierre Arditi, Lambert Wilson, Claude Rich), contagiando a quienes lo rodeaban su encendida devoción por el cine y su nunca saciada curiosidad por los fenómenos del arte y de la cultura, incluidas las manifestaciones más populares, y compartiendo con todos su vastísima formación.
No es casual que haya tomado como base de sus films desde las investigaciones de un científico (Mi tío de América, sobre los trabajos de Henri Laborit sobre la conducta, a una opereta de los años 20 (Pas sur la bouche) y que lo haya inspirado por primera vez una novela (El incidente, de Christian Gailly, para Las hierbas salvajes) o la ingeniosa fórmula del inglés Dennis Potter (la inserción de canciones populares entre los diálogos), a la que renovó y enriqueció para concretar un film tan delicioso como Conozco la canción, que terminó cargado de premios y convertido en uno de los más grandes éxitos de su carrera.
La vida y la muerte, el amor y la política, lo real y lo imaginario, el melodrama y la farsa, el humor y la ironía caben en el cine de Resnais, donde siempre reina el montaje -la esencia del cine, según los clásicos-. A estas alturas ya ha sorteado todas las etiquetas, pero nadie discute que es uno de los más originales, uno de los auténticos grandes.

Una vida haciendo cine

Tres destacados títulos de su amplia filmografía
  • Hiroshima mon amour
    1959
    Se presentó en Cannes y fue enseguida referente ineludible de la nouvelle vague
  • Hace un año en Marienbad
    1961
    Con este film el director generó más controversias y se ganó el título de maestro del estilo
  • Conozco la canción
    1997
    Una maravillosa película que resultaría una de las más exitosas y celebradas de toda su carrera

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