de
El Diario de la República
Pringles, en la leyenda del Ejército Libertador
Pringles se incorporó en noviembre de 1819 al Ejército Libertador, que dos meses después inició su marcha al segundo cruce de los Andes, en la segunda Expedición Libertadora rumbo a Perú. Cruzaron la Cordillera con San Martín, llegaron a Chile y fueron al puerto de Valparaíso. Intentaron desembarcar en el Callao, y como no pudieron, desembarcaron en Paracas, al norte de Lima.
Le llegaron noticias a San Martín de que un grupo de criollos, que pertenecía al batallón de Numancia, del ejército español, se quería rebelar y necesitaba un mensaje de San Martín, una carta, un gesto, donde dijera que los aceptaría y los reconocería. Y San Martín aceptó. Así se rebelaría ese batallón y se definiría favorablemente su situación en Perú. Mandó una nota con un mensajero y pidió al coronel Pringles, que en ese momento era alférez, que sumara veinte soldados para hacer la custodia. y le pidió expresamente que de ninguna manera presentara batalla. San Martín no quería que hubiera heridos hasta que se resolviera lo de Numancia, que no hubiera una refriega, que era lo que buscaban los españoles: que se derramara sangre, la gente se fanatizara, se polarizara y se le quitara racionalidad a los preparativos de las batallas.
Cuando Pringles buscaba Lima, llegó a unos ochenta kilómetros al norte, a los campos de Chancay, a los que se conoce como una huerta de Lima, porque abastecía de verdura a esa ciudad. Era junto al Océano Pacífico, en la playa de Pescadores, a cuyos acantilados iban los lugareños a pescar. Allí Pringles despidió al mensajero, se bajó y cuando descansaba con los veinte soldados, aparecieron los españoles por otro lado. Pringles se preguntó qué debía hacer en esa situación. Si se acercaba y protegía al mensajero se darían cuenta, lo interceptarían y le quitarían el mensaje de San Martín. Si presentaba batalla, desobedecería la orden. Y si trataba de huir, se darían cuenta del mensajero. Ante esa duda se dijo: “He venido a pelear a este suelo peruano”, y presentó batalla. El grupo de españoles tenía como cien soldados. Pringles los enfrentó, los cruzó, cayeron varios españoles y los criollos quedaron en batalla. Los rodearon y al final quedó Pringles con cuatro soldados, con quienes dijo que se tiraría al mar. Tomó la insignia del batallón que estaba acompañando al mensajero y, esto ya es leyenda de la historia del Ejército Libertador, fue al frente, llevó a los soldados y se arrojaron al mar. Los españoles ante este hecho quedaron absolutamente asombrados y le gritaron a Pringles que saliera del mar. El puntano se entregó y fue preso al Callao. A los pocos días se hizo un intercambio de prisioneros y volvió Pringles al Ejército Libertador.
José de San Martín, que le había dado la orden a este alférez de San Luis, se enojó, pero acomodó la situación. Con un parte de guerra, un parte de batalla, dijo algo así: “Que se preparen los españoles. Si Pringles, con un puñadito de valientes les ha presentado esta batalla y ha convertido esta derrota en victoria, imagínense lo que les pasará cuando me plante con el Ejército Libertador frente a ustedes, señores españoles”.
Cuando llegó Pringles, lo llevó preso, lo sacó de la cárcel de los españoles y lo metió en la cárcel criolla. Formó un ejército de unos seis mil granaderos, entre los cuales había por lo menos cuatro mil puntanos. Lo sacó a Pringles, hizo vestir a todos en uniforme de Gran Parada Militar, lo hizo ubicar en el medio, repitió el parte de batalla y terminó diciendo: “Gloria a los vencidos vencedores en Chancay”, y le otorgó una medalla.
Es una de las leyendas más bonitas de la Guerra de la Independencia, del Ejército Libertador, que convirtió a Pringles para siempre en un personaje de leyenda.
Llegaban a verlo a San Martín y preguntaban: “¿Dónde está Pringles? ¿Quién es? ¿Cuál es Pringles?”. No podían creer lo que había hecho.
Y Pringles, de descendencia inglesa por parte de padre y de la princesa Juana Koslay por parte de madre, callaba, no le gustaba hablar de esto.
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